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Esa noche --viernes 6 de julio del 2001-- no hubo tempestad. Ya no tenía que atacar los bastiones de la música como lo había hecho en su juventud y ahora sus partituras de fuego se escuchaban serenas y triunfales, como se contempla hoy día la furia del
Guernica. Chico O'Farrill vencía al morir, que viene a ser lo más cercano a la
inmortalidad. El memorial de este gigante --St. Peter's
Church, favorita de los jazzistas que se despiden, Avenida Lexington y Calle 54-- sellaba ante cerca de 1,500 personas la obra proteica y el diálogo tenaz de más de sesenta años entre un hombre que crea y el Creador que lo engendró: lucha entre límites, arte y vida como enemigos eternos y amantes inseparables.
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Su voz tenía mucho de tierra, del agridulce de la vega tabacalera y del aroma de los jazmines montañosos.
Se unió a quienes, sin saberlo, protagonizaban una aventura cultural: cambiaban la manera de disfrutar la música en un pueblo eminentemente melómano
.
Como ellos, componía y cantaba los temas que la existencia le ofrecía, sus alegrías y sinsabores, con la naturalidad de quien
respira. (más)
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Un velo de medio siglo mantuvo oculta la pieza clave de un romance que prodigó, tal vez, una de las canciones más escuchadas en el mundo hispanoamericano...
La historia se desarrolló en Pinar del Río, la tierra del mejor habano del mundo, provincia ubicada en el extremo occidental de la isla de Cuba.
Corrían los años 40 del siglo pasado.
Un joven compositor poseedor de una envidiable voz de barítono compuso un bolero que titula Nosotros.
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Ático
de Ediciones
El
Bujío |
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