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RUBÉN
AGUIAR DÁVILA |
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1)
Yo
sólo canto a la sombra
de la noche campesina
donde el farol me ilumina
y la soledad me nombra.
Yo canto donde se alfombra
de vegetal mi tonada
donde se queda grabada
en la espiga y en los tallos
y la repiten los gallos
que cantan de madrugada.
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2)
Allá
donde duerme El Pan
y
El Palenque se amontona,
al
sur, como en una zona
pedregosa
suya, están
las
sustancias que al San Juan
le
faltan, acumuladas.
Pero
hay más, allí, sembradas
sin
fruto, también mis huellas
en
su nido sin estrellas
sollozan
desamparadas.
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3)
¡Oh,
Campo! donde nací,
cofre
de flor y de esencia...
cuantos
rasgos de inocencia
tengo
sembrados en ti.
Entre
tus verdores, fui
espiga
de un fruto sano...
¡Oh,
Campo! en este lejano
recuerdo
de tu belleza
guardo
toda la pureza
que
se desborda en tu llano.
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4)
Pintoresco en tu atavío
de
fertilizada alfombra,
cúbrete,
del sol, la sombra
lateral
del lomerío.
Te
anega de aguas el río
que
desemboca al San Juan...
¡Oh,
Campo!
como se van
desatando
mis antojos,
cuando
contemplan mis ojos
las
dimensiones de El Pan.
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5)
¡Oh,
Campo!
de tu hermosura
tengo
más que tu verdor;
tengo
recuerdos de amor...
¡Oh,
Campo! ¡cuánta ternura!.
Tengo
toda la dulzura
de
la adoración filial...
¡Oh,
Campo!
en el pedestal
de
mi abnegado cariño
vuelvo
de nuevo a ser niño
envuelto
en azul pañal.
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6)
¡Oh,
Campo!,
tengo virtud
para
ahondar en tus raíces,
por
mis recuerdos felices
de
niñez y juventud.
Sueño
azul, que la quietud
de
tu valle me ofrecía.
¡Oh,
Campo!,
mi poesía
es
alma de tus cosechas
que
va desandando fechas
de
la adolescencia mía.
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He
olvidado la última palabra
del
hombre entristecido que hubo en mí;
y
en su lugar he puesto en mi memoria
lo
más hermoso y tierno que viví.
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He
regresado al pan de las estrellas
que
me guiñan el cielo con su amor
y
con este alimento bebo un trago
y
brindo por la suerte de mi flor.
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Pongo
el mantel bajo la luz pequeña
donde
mi madre escoge arroz y canta
mostrándome
la piel de su garganta.
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Y
es como si
llegara una cigüeña
con
mi cuerpo desnudo, madre santa,
y
volviera tu sangre a ser mi dueña. |
Está
de parto el cielo en este instante.
Se
hará el milagro de la poesía.
Por
fin Santa Isabel hará en su día
la
magia de un camino al caminante.
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Mis
piernas de poeta no han podido
llevarme
al verso que en el alma espera:
preciso
ha sido que hasta mí viniera
la
inexplicable sombra de un latido.
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Alguien
toma mi mano y hace el verso,
escribe
el fuego ignoto que destella,
reúne
en mi interior el Dios disperso.
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Mi
mano dirigida hace una huella,
dibuja
en esta hojita el universo.
Quizás
la virgen derribó una estrella. |
Mariposa, me retoza
la canción junto a la boca
y tu imagen me provoca
florar en ti, mariposa.
Un lamento me reposa
como un mar de juramento:
en tu figura yo encuentro
la existencia de las flores
porque perfecta en amores
te siento como un lamento.
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Mariposa, cual llorosa
canción que en ti se hace calma,
vienes calmándome el alma
con tu volar, mariposa.
La libertad de una rosa
es vivir en la verdad.
Bien sé que hay felicidad
en cada flor que te posas:
me lo dijeron las rosas,
eres tú su libertad.
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Tu paz me llena, no hay pena
que pueda acabar contigo:
el amor es un amigo
que trae paz y que te llena.
Por mi aliento, cada vena
que por el cuerpo presiento
es como un sol que no intento
apagarlo con tristeza
porque pierde la belleza
del amor y del aliento.
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Soy tu amigo, soy testigo
de cómo sin daño vives:
eres la paz, tú persigues
al que te mata al amigo.
En tu dulzura me abrigo
y entrego mi mente pura:
así la vida me dura
eternamente la vida
y no hay una sola herida
que no te tenga dulzura.
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Ay, mariposa,
contigo el mundo se posa
en la verdad del amor:
sé que en el mundo hay dolor,
pero no es dolor el mundo.
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Soy
un tauro perdido
Pero
no eran los perros el peligro,
pero no era el peligro ni era el
miedo,
tan sólo la inclemencia,
una swástica sobre la sagrada
escritura de mi casa.
Y
el oráculo vino para ratificarlo;
no eran perros ni bestias ni
figuras.
Los
perros lamerían mis llagas
cuidarían los pastos
cuidarían.
No
eran perros ni bestias ni hombres
eran
los que abrirían mi pecho para
saciarse
y no se saciarían.
Molestan
las posturas de mis huesos:
acojo a mis hermanos,
buscamos pedazos de cristales a la
orilla del mar
para alumbrar la casa;
pongo las hojas de la siempreviva
en su pared de luna.
Soy
un Tauro perdido.
No encontrarán mis cuernos,
no estuvieron jamás sobre mi
frente
nunca se han extraviado.
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Los
que vieron mi estrella,
los que hallaron alguna luz
entenderán cualquier pequeña
alevosía,
tendrán el sacrificio de la res,
mas nunca en sus costillas
el dolor de los tarros escindiendo
sus pechos.
Soy
un Tauro perdido.
No escarbaré la tierra,
no cerraré los ojos para atacar al
hombre,
no confundo la sangra con el banderín
rojo del torero,
sé deslindar la guerra de los
juegos,
no amaré la embestida.
Cuento
los días en que me devoran
y no son más que los que me
deslumbran.
Pretendo una muchacha en el sitio más
alto del zodiaco.
Soy un Tauro perdido. Otro error
del horóscopo.
El
toro arisco de mi tiempo avanza;
suena el río, trae algo.
Yo estoy dentro del agua, arriesgo
el cuello.
Sólo
dentro del agua el tiempo pasa.
Sólo dentro del agua el tiempo es
tiempo. |
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AGUSTÍN
CAMACHO
(Madrid,
España, 1962) |
RUBÉN
AGUIAR MUÑOZ
(Matanzas,
Cuba, 1961) |
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