La
música en Lázaro
Horta Promueve su
CD “Mi herencia
cubana”
Por
Ariel Remos
Lázaro
Horta está
llamado a ser una de las figuras
cumbres del espectáculo musical,
por no decir que ya lo es, a juzgar
por la calidad de su producción en
público como compositor, intérprete
y arreglista, y por la originalidad
con que combina su doble virtud de
cantante y pianista.
Horta
acaba de ofrecer del viernes al
domingo pasados en el Teatro 8 de
la Pequeña Habana, tres conciertos
para promover su CD “Mi herencia
cubana”. En ellos recorrió un
amplio repertorio de música
cubana, que abarca desde comienzos
del siglo pasado hasta hoy.
Nosotros asistimos al concierto del
viernes y confirmamos que Horta ha
logrado llevar la interpretación a
un nivel de creatividad difícil de
superar, dándole a cada estilo su
máximo atractivo.
En
el concierto del viernes, la
primera parte estuvo dedicada a
canciones y boleros antiguos, en
los que introduce acordes modernos
que, dejando intacta su esencia,
enriquecen el acompañamiento. Así
pasó en cada uno de los boleros y
canciones del programa. En “Santa
Cecilia”, de Manuel Corona, y en
“El colibrí y la flor”, anónimo,
Horta
ejecuta estos ejemplos de canción
antigua, en todo el esplendor de su
línea melódica, reforzada por
embellecedores ornamentos pianísticos
y vocales.
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Horta
comenzó el concierto entonando con
un breve “a capella” el bolero
de Miguel Matamoros, “Dulce
embeleso”, utilizando a
continuación una pista de respaldo
a cuatro voces, espectacularmente
armonizadas en arreglo suyo.
Siguieron
entre las que recuerdo, “Corazón”,
de Eduardo Sánchez de Fuentes,
“Retorna”, de Sindo Garay,
“La rosa roja”, de Oscar Hernández,
el bolero también de Matamoros,
“Reclamo místico”, con su rítmico
y melódico pasacalle,
“Aurora”, de Corona, otro clásico:
“Veinte años”, de María
Teresa Vera, “Esas no son
cubanas”, de Ignacio Piñeiro,
entre otros.
La
segunda parte, más corta, cubrió
de las décadas de los 40 y 50 en
adelante,
haciendo
gala de su extensión vocal con el
uso adecuado de fiorituras en que
acomoda notas agudas llegando en
algún momento a las de contratenor.
Entre las que incluyó Horta
en esa segunda parte, amén de un
potpurrí de boleros en que
figuraban “No puedo ser feliz”
y “Te espero en la eternidad”,
de Adolfo Guzmán, están “Si me
pudieras querer” de Bola de
Nieve, “Qué te pedí”, de
Fernando Mulens, “Oigo tu voz”,
de Rubén Aguiar, cerrando con
“Matanzas”, de Gonzalo Roig. Lo
menos que puede decirse es que hizo
una creación de cada una de ellas.
Horta
mantuvo todo el tiempo una grata
dinámica, proyectando vistas de
Cuba alternando comentarios a las
canciones interpretadas, breves
poemas relacionados con su tema,
contribuyendo así a la atmósfera
de intimidad que, dadas las
condiciones del teatro, crea la
interacción continuada entre público
y artista.
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