Revista de La Reina de Cuba

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Todo sobre  música cubana.

 

Año 4 -  No 7  - Julio, 2007

 

 

 

En CUBA

 

 

 

 

 

 

 

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   DE LA HISTORIA



 

Esa música de tierra adentro

Raúl Martínez Rodríguez| La Habana

Las primeras referencias históricas aparecen a mediados del siglo XVIII, aunque es conocido desde mucho antes con la redondilla de diez versos en el siglo XVI, en Cuba y en toda la América, con el poeta y músico andaluz Vicente Espinel, algo que, sin duda, es la base de la décima en la música de tierra adentro en nuestro país. 


Justo Vega y Adolfo Alfonso.


 
En Cuba, además del idioma español y la religión católica, se estuvo recibiendo durante varios siglos los aportes culturales del pueblo español. Fue muy significativo desde los primeros años de nuestra colonización la presencia en sitios rurales apartados como ingenios azucareros, cafetales, vegas de tabaco y haciendas de ganado, conformados por grupos de labriegos, emigrantes en general y gente rústica en busca de mejoras económicas de procedencia andaluza, de Extremadura y de las dos Castillas y León. Todos también se mezclarían con nuestros aborígenes y primeros esclavos negros africanos.

Desde épocas tempranas, en toda esa especie de mosaico hispánico se unieron masivamente familias enteras venidas de Islas Canarias, con sus milismáticas isas y folias, con sus melodías ternarias entonadas por voces agudas, nasales y bien acompañadas por grupos integrados de guitarras, bandurrias, tiples y otros instrumentos de cuerdas tocadas con  púas o pulsadas.

Eran géneros cantables y danzarios, venidos del cante jondo dentro del mejor estilo de bulerías, las seguidillas, las peteneras y las rondeñas —de Andalucía—; el fandango de Huelva y Granada; las ternarias, danzas zapateadas muy presentes en nuestros cantos, y el punteado escubillado, de nuestro tempranamente desaparecido zapateo cubano. Sin duda, tales aportes, procedentes de todas estas formas cantadas y bailadas, transplantadas en nuestras tierras, son los antecedentes verdaderos con los cuales se nutrió nuestro denominado punto campesino o guajiro, representado por varias y peculiares tonadas ternarias muy unida a una décima preferiblemente improvisada.

En estos modos y estilos durante su evolución histórica se fueron desarrollando características poéticas, melódicas y rítmicas, según las regiones  de su origen, por las cuales podemos diferenciarlos.

Son vivencias formadas no por una asimilación  académica, sino por una transmisión oral o imitación, aunque puede ser escrito como todo folklore espontáneo popular.

Las primeras referencias históricas aparecen  desde mediados del siglo XVIII, aunque es conocido desde mucho antes con la redondilla de diez versos en el siglo XVI, en Cuba y en toda la América con el poeta y músico andaluz Vicente Espinel, algo que,  sin duda, es la base de la décima en la música de tierra adentro en nuestro país.


Laúd

 El punto dio origen —ya con elementos afroides— a danzas como la caringa, el pollo y al zapateo, en el cual en sus inicios se alternaba con una parte cantada y una bailada en pareja, hasta que se hicieron independientes prevaleciendo hasta nuestros días la vocal interpretada especialmente por un solista.

Para su aparición tuvieron que evolucionar de generación  a generación todos estos elementos de origen hispano y poco después con el africano, lo cual motivaría el llamado mestizaje musical en nuestro país representado por el son.  En el punto se define mucho más claramente los elementos de la música española tanto en el ritmo, en la melodía y en la poesía, así como en el acompañamiento de la cuerda pulsada. En él se representa la unión de una décima improvisada por un cantor repentista, métricamente dicha en tres por cuatro y en seis por ocho, con una tonada en tonos mayores y en algunos casos en tonos menores, las cuales tienden a estar dentro de una escala modal sin sensible.

Los temas pueden ser muy libres como el amor a la mujer y su belleza, la patria, la naturaleza, la filosofía y el humor, entre otros aspectos. Entre sus estudiosos existe un criterio bastante generalizado: dentro del punto campesino hay solo dos estilos base, el libre y el fijo, y algunas variantes las cuales se pueden identificar por el lugar o la forma de cantar el poeta y características de su tonada.

El punto libre —«pinareño» o  de «Vueltabajo»— es tiempo lento y fuera de toda regularidad métrica, con un acompañamiento cantable llenos de giros melódicos y rasgueos. Es muy preferido por los repentistas cantadores porque se tiene mucho más tiempo para encontrar las palabras para hacer la décima. Ha sido un estilo muy usado en las provincias como Pinar del Río, La Habana y parte de Matanzas.

El conocido por punto fijo  —«en clave» o «camagüeyano»— es todo lo contrario, pues se canta o acompaña en tiempo muy fijo, con un aire inalterable. Al poeta se le hace muy difícil improvisar y buscar el verso sobre la melodía sincopada y sujeta al ritmo. Es un estilo que se puede localizar en las provincias como Villa Clara y Camagüey y en algunas partes de las provincias orientales.

Quizás, los antecedentes de esta modalidad se encuentran en el zapateo cubano, un baile que existió en el siglo XIX entre los campesinos cubanos, de parejas sueltas de ritmo muy fijo semejante a las danzas españolas zapateadas, que aún existen en toda Hispanoamérica. Tomando siempre como patrón estos estilos fundamentales, se puede diferenciar otras variedades con tonadas que imitan acriolladas seguidillas sevillanas, las cuales se pueden hacer dentro del estilo pinareño y camagüeyano. En ellas el cantor entona ininterrumpidamente varias décimas con su tonada sobre un acompañamiento muy flexible.

Otra forma poética cantada —muy difícil pero gustada— es la controversia. Se trata de un encuentro entre dos adversarios poetas, los cuales pueden ser dos hombres, dos mujeres o una mujer y un hombre con criterios opuestos sobre un asunto o tema. Se conoce de trifulcas y riñas producidas cuando algunas de las partes en medio del calor de la cantada discusión ha habido una ofensa personal. En el  «pie forzado», otra variante, al poeta repentista le dan un verso con el cual obligatoriamente tiene  que terminar cada una de las décimas que se cantó.

El punto espirituano o «cruzado», requiere de dos voces dotadas y afinadas, pues se cantan armónicamente a dúo y con décima aprendida. La línea melódica se efectúa sincopada o «atravesada» con relación a los instrumentos, los cuales suelen ser con un ritmo fijo y alegre. Su nombre y uso proviene de la provincia de Sancti Spíritus, al centro de la Isla.

En la provincia de La Habana, cercana a la capital del país, y por ser una zona también azucarera y de gran desarrollo económico y cultural  son conocidos todas las variantes de los estilos de puntos  cubanos surgidos en otras regiones de nuestro país. La presencia de cantores de varios orígenes y tendencias en la programación de la radio y más tarde la televisión, fue  factor determinante para el conocimiento de estilos y tonadas diversas.

La notable musicóloga cubana Carmen María Saens ha localizado en el municipio habanero de Quivicán otros puntos de carácter más localista como El Flamboyán y El Bicoro. El primero habla de las bellezas naturales del lugar y el otro alude a la lengua africana de origen carabalí de los Abakuá —sociedad de hombres—, tema raro entre los campesinos, pero muy frecuente en las zonas urbanas.

En Santiago de Cuba, Granma, Holguín y Guantánamo —en general en las provincias más orientales de Cuba— el punto campesino no tiene tanta incidencia como en el resto de la Isla. Las  agrupaciones y vocalistas del campo oriental, en especial las de las zonas montañosas serranas, responden a la fuerte tradición del son montuno. Antiguamente los conjuntos instrumentales de esta región, junto con los obligados cordófonos  acústicos, como la guitarra, el tres o el cuatro (especie de guitarra de tres o cuatro cuerdas posiblemente derivados de la bandurria española), la marímbula o botija, un pequeño tambor, bongoes, de procedencia africana, las claves, las maracas, güiro y el guayo de metal, se le podía añadir un acordeón y la «marimba», lo cual le permitía abordar tímbricamente no solo sones-montunos, sino otros ritmos caribeños extranjeros como el merengue dominicano y la cumbia colombiana.


Tres

En toda nuestra isla estas agrupaciones pueden dividirse orgánicamente desde los más primitivos, para interpretar el punto, hasta los más desarrollados y ampliados, para el acompañamiento de otros géneros de mayor influencia africana, como el mismo son, la guaracha, el changüí, el sucu-sucu y el bolero «soneado».

Muy asociado el punto a la manera antigua se encuentran instrumentos como el tiple, el laúd y la mandolina, venidos también de España. De estas agrupaciones se tiene referencia escrita desde el siglo XVIII a medida que fueron evolucionando con un mayor contacto con los sectores urbanos de mayor desarrollo cultural y musical.

Los que se oían en la radio, fueron perdiendo un poco esa sonoridad tímbrica original  por un patrón único, con cambios armónicos y sonoridades por sustitución, inclusión de instrumentos musicales de mayores posibilidades como el contrabajo, el laúd criollo, el tres electrificado, una trompeta, dos tumbadoras (congas), paila criolla y el cencerro, entre otras.

Desde el pasado siglo existen en nuestro país agrupaciones y vocalistas profesionales, con una meritoria labor de rescate y de promoción de nuestro folclor rural, entre ellos el Cuarteto de Trovadores Cubanos, del Bando Rojo, con el laudista Alejandro Aguiar; El Trío Ariguanabo, del Bando Lila y su laudista Antonio Cairo; el Grupo Fortún del Sol (Colorín), del Bando Tricolor, o el Trío Espirituano, del cantante y guitarrista Evelio Rodríguez Plaza.


Alejandro Aguiar y Raúl Martínez.

Pueden recordarse los conjuntos  que dirigió el maestro Eduardo Saborit —autor de famosos sones y guajiras como las nombradas «Conozca Cuba primero», «La guayabera», y «Cuba, qué linda es Cuba»—, las agrupaciones Palmas y Caña, Campo Alegre y Los Montunos, integrados y fundados por los excelentes laudistas Miguel Ojeda, Raúl Lima y José Manuel Rodríguez, respectivamente, y el Conjunto de Bárbaro Torres (laudista).


Eduardo Saborit.

 Por los años 30 del pasado siglo se inician los primeros programas radiales dedicados a la música de nuestros campos con nombres como Rincón criollo, Cómo piensan los cubanos, El guateque de Apolonio (llevado al canal 2 de TV. en la década del 50), (con José Ramón Sánchez «El Madrugador»), Serenata criolla, Patria guajira, entre otros muchos. Algunos de estos espacios se transmitían desde emisoras muy poderosas como la CMQ y RHC Cadena Azul y otras más modestas como Radio Mambí, Radio Cadena Habana, Radio Salas y otras semejantes. En las mismas actuaban excelentes repentistas, entre los que  estaban  Justo Vega y Patricio Lastra, Las Rubias y las Trigueñas, defendidas por Chanito Isidrón y Nena Cruz «la Calandria», Tricolor y Azul, con la famosa tonada de Fortín del Sol «Colorín» y famosos poetas como los casos de Orlando Vasallo, Miguel Alfonso Pozo «Clavelito», Rigoberto Rizo, José Marichal, Adolfo Alfonso, Jesús Orta Ruiz «Indio Naborí» y el famosísimo Joseíto Fernández, autor de la «Guajira Guantanamera».

La personalidad más prestigiosa y legendaria dentro de nuestra música campesina, sin duda, lo es nuestra Celina González la muy justamente apodada Reina del medio punto. Es la personalidad más fuerte del movimiento del folclor rural en nuestro país. Ex integrante del dúo de Celina y Reutilio y muy famosa por su alto nivel como vocalista y auténtica en todos los estilos de tonadas y puntos.


En Cuba  la música  campesina  tiene un lugar importante en el gusto del pueblo cubano. Periódicamente se organizan las jornadas «Cucalambeanas», en  Las Tunas, dedicada a la figura  mítica de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé), nuestro primer cultivador de letrillas, sonetos, redondillas y especialmente de la décima campesina y a su vez el cantor más importante en el siglo XIX en Cuba.

 

Fuente: La Jiribilla
 
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