ORLANDO CONTRERAS
KABIOSILE ORLANDO CONTRERAS
. Por Ramón
Fernández-Larrea
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Mirando el bar Robert´s, en la mañana o en la tarde, mi madre lo decía: -“Esa es la manera que tienen los hombres de sufrir por amor”. Dentro, al borde de la tímida barra oscura, entre cervezas y manotazos, entre rones y carcajadas, susurrando o gritando penas y desilusiones, alguien con cara de destierro y ojos achinados por el alcohol, tarareaba un bolero estentóreo de
Orlando Contreras. “-Esa es la manera que tienen los hombres de vivir por amor”- pudo también haber dicho mi madre, calle arriba,
calle abajo, en la calle Zenea, pasando por el Bar Robert´s, donde alguien siempre se pegaba a la victrola donde parecía habitar
Orlando Contreras. |
Luego aquellos hombres que sufrían en esa barra y en todas las barras, ya viejos, ya curtidos por amores inverosímiles, lejanos o palpables, pero siempre amores trágicos y tremendos, me lo volvieron a decir:
Orlando Contreras les calentaba las venas, porque Orlando
Contreras no cantaba, sino que era dueño de una voz muy sabia que narraba la historia de cada cual, y cada uno se ponía con esa voz, acodado en cualquier barra del mundo, a hacer lo único que aprendió ante la malquerencia de una mujer canalla: “sufrir por amor”, como decía mi madre que actuaban los hombres que tenían, en el profundo ron y en la voz de
Orlando Contreras, los pretextos suficientes para mirar la vida tras el resplandor de una navaja. |
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Y todo para no llorar recordando a aquel “amigo mío” que se acostó una noche con el amor de nuestra vida, traicionando el sagrado rubí de la amistad. Lloraban con las espeluznantes estrofas de la mujer que cambiaba sexo por alcohol, que ellos mismos habían seguido sigilosos de bar en bar, donde otros hombres que escuchaban similares zarpazos al alma de
Orlando Contreras, derramaban alcohol y besos sobre la dama traicionera. Se complacían enarbolando la amistad que enarbolaba
Orlando Contreras en sus bolerones de delirio caballeresco, frente a una cama vacía, siguiendo el fantasma del amigo que había escrito una última carta desde la soledad enferma y profunda.
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Porque, desde Total, el estremecedor tema de García Perdomo, la concepción del sentimiento había cambiado. Los hombres comenzaban verdaderamente a hacerse las víctimas. Y en un estudiado masoquismo, se complacían contando humillaciones y desplantes, siempre diciendo adiós a la bandolera que había arramblado con el bravío corazón, dejándolo lleno de hieles y cicatrices. Cuando llegó
Contreras ya los hombres habían aprendido a sufrir en los bordes oscuros de las barras de caoba. Todas las mujeres eran malas, menos la madre, que era perfecta y santa, y los viejos escudos de la honra castiza habían hecho férreos nudos con el honor
abakuá. |
Yo crecí y me alejé de aquella calle Zenea y del Bar Robert´s, con sus borrachitos que rumiaban infelicidad. En el aire siguió el olor trágico de Vargas Vila. Caminé otras calles, entré en otras penumbras. Desapareció, como por arte de birlibirloque la voz de
Orlando Contreras, arrastrada por la infamia de la política. Pero desde entonces, desde casi siempre, en las pupilas nevadas de los hombres canosos, sé descubrir la historia de la mujer que se acostaba por una copa; intuyo el llanto oculto de quien perdió una cintura femenina en una dudosa elección; sé que detrás de esas pupilas, en la sombra, sigue girando el viejo disco de
Orlando Contreras, y se alarga aquella tarde en que mi madre me llevó a un bar, para que viera cómo sufrían los hombres por amor. |
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